Juancito Trucupey, ese personaje harto conocido de la cultura dominicana, acostumbraba a decir mentiras para lograr cosas. Por lo general lo hacía como un juego, aunque lo que deseaba sí era en serio. Hubo quienes le celebraban el chiste y otros que no.
Con el tiempo, ya sus chistes no gustaban. Nadie los creía. Él intentaba ser chistoso para recuperar la confianza de la gente, de sus amigos y familiares. Ningún esfuerzo era suficiente. Algunos intentaron darle una oportunidad de redención.
Pasaron los años y Juancito quedó prácticamente solo, sin alguien que le escuchara sus cuentos. Su familia casi ni lo mencionaba. Una madrugada cualquiera su vivienda cogió fuego, las llamas apenas le dieron tiempo para tomar su teléfono y llamar a los bomberos para que vayan en su auxilio, pues su casa era lo único que tenía. Y no fueron. Su familia se enteró de la noticia, pero no la creyó.
En cualquier contexto, para hablar mentiras y comer pescado…