[dropcap]E[/dropcap]l hambre y la pobreza son dos alas de un mismo pájaro; sin embargo, sus estadísticas son bastante diferenciadas, y la solución de ambos problemas también se aborda de manera distinta.
Así también, el hambre es un tema que afecta a más personas de las que cualquiera pudiera imaginar, y su causa más evidente es la escasez de alimentos, sobre todo de origen agrícola.
Según estadísticas de la FAO, al 2015 existían 795 millones de personas que padecían hambre en el mundo, de las cuales alrededor de un 98% vivían en países en vías de desarrollo, y un 75% se ubicaban en zonas rurales, especialmente en África.
Del hambre se pasa a la malnutrición, y de ahí a la perdida de la salud y probablemente, si la situación permanece, se llegue al último adiós. Por eso, resulta fundamental que los gobiernos de los países pobres, y de los llamados en desarrollo, tomen este problema como un asunto muy serio.
En un ranking sobre prevalencia del hambre en el mundo, elaborado para el período 2012-2014, se coloca a la República de Haití como el país en donde más personas con hambre y malnutrición existen, 51.8% de la población (http://www.elcaptor.com/economia/ranking-mundial-paises-hambre-malnutricion).
En el caso de República Dominicana, se estima que el 14.7% de la población sufre de hambre y/o está malnutrida. Preocupados por esta triste realidad, los miembros de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), reunidos la semana pasada en República Dominicana, han establecido la meta común y el compromiso de mejorar la seguridad alimentaria y, por esa vía, contribuir con la reducción del hambre y la malnutrición en la región al año 2025. Loable esfuerzo que todos deberíamos aplaudir.
Pero esta tarea es difícil y compleja, sobre todo porque los actores involucrados muchas veces no tienen una agenda común, o no se destinan los recursos suficientes, o las políticas aplicadas son inconsistentes y en algunos casos también incoherentes.
Por ejemplo, la FAO puede empujar en la vía correcta, la CELAC comprometerse, pero falta que los gobiernos tomen esto mucho más en serio y hagan algo más que mostrar una expresión de interés. Deben transformar su voluntad en asignación de recursos.
Y también falta que la seguridad agroalimentaria sea asumida con carácter y continuidad, y que la mirada al desarrollo rural no sea de reojo, sino de frente, teniendo como centro de atención a la población campesina, pero con metas y métodos diferentes a los que se han utilizados hasta este momento, con rendición de cuentas y monitoreo incluidos.