[dropcap]N[/dropcap]o hay dudas de que si el narcotráfico (producción, comercialización, venta y consumo de drogas) es un negocio que mueve decenas de miles de millones de dólares, es porque hay una población de alto poder adquisitivo con capacidad para comprar a buen precio cantidades específicas de sustancias prohibidas para su consumo.
Las drogas no serían un negocio tan lucrativo como peligroso si no se tratara de un producto de alta cotización con clientes lo suficientemente solventes como para pagar por obtenerla.
Lo anterior viene a cuento porque muchas personas tienden a confundirse cuando, al escuchar hablar del consumo de drogas y la adicción y otras consecuencias negativas que implican, piensan en sectores marginados, en personas del “bajo mundo” que trafican y consumen esas sustancias dañinas a la salud física y a la salud social.
Pero no es así. La realidad es que los principales y mayores consumidores de drogas aquí y en cualquier otra parte del mundo, son las personas de clase económica elevada, que tienen con qué pagar el alto costo de esas sustancias. De lo contrario, entonces el negocio no sería lucrativo.
Lo que se consume en los barrios pobres es la droga de mala calidad, la mezclada, la que menos sirve, la que tiene más efectos dañinos a la salud por las combinaciones e inclusiones de sustancias tóxicas que les agregan para rendirlas y así venderlas más barata.
Pero la “buena”, la que tiene alto costo, es la que consumen los segmentos poblacionales bien posicionados en la sociedad, por lo que no sería raro que figuras públicas en los ambientes empresarial, económico, financiero, político y de cualquier otra índole en esferas sociales pudientes del mundo, especialmente de naciones conocidas por su alta demanda como Estados Unidos, sean a su vez adictos a sustancias narcóticas sin que las personas a su alrededor lo noten de inmediato y a veces ni ellos mismos se dan cuenta de que ya son dependientes del “producto” que consumen.
Recuerdo que de joven conocí a alguien que se dedicaba a la fabricación de corbatas. Era un artista en la confección de esta prenda de vestir para hombres. Cuando tenía modelos atractivos hacía recorridos en las tiendas de la capital para ofrecer las corbatas. Con el tiempo veo que comenzó a “prosperar” y le felicito, pues aparentemente estaba recibiendo muchos pedidos de corbatas. Pero no era así. El hombre me hizo una confesión que en principio me sorprendió y luego me atemorizó.
Me dijo: “ahora estoy vendiendo drogas”. ¿Cómo? -le respondí- a lo que él comenzó a detallar: “Resulta que he conocido a algunos ejecutivos de empresas, bancos y de otras organizaciones que consumen drogas y yo estoy a cargo de llevárselas en el maletín donde llevo las corbatas. Cuando pregunto por el licenciado “fulano” o “zutano”, me hacen pasar con la creencia de que voy a mostrarle algunas corbatas para que me las compren, pero en realidad lo que les suministro es la dosis de droga que demandan y a buen precio. Claro, de todas formas, me compran algunas corbatas para guardar apariencias”.
Con ese negocio el hombre consiguió dinero “fácil”, pero así de fácil también llegó su fracaso, pues al cabo del tiempo fue descubierto y apresado. Hace muchos años que no sé de su destino.
Pero el tema viene a cuento como una muestra de que el alto consumo de drogas no está entre los más pobres, sino entre los de mayor poder.
Así también se puede observar en barrios de los llamados “calientes” que en ocasiones entran vehículos de lujo, costosos, recorriendo calles y callejones que en condiciones normales nadie recorrería. Son algunos que van a comprar drogas y no corren el riesgo de ser asaltados ni secuestrados, porque se trata de clientes del vendedor.
Si un ladronzuelo osara asaltar a un cliente durante su recorrido en el barrio para llegar al punto de drogas, solo tiene que manifestarle a su vendedor que lo atracaron en el camino y de inmediato el capo manda a sus asistentes a buscar al ladrón, le obliga a devolverle lo robado a su cliente y le da una que otra lección para que no se vuelva a equivocar.
Esos son solo algunos aspectos de ese mundo tan peligroso como complejo, donde los controles son muy difíciles de aplicar. Es una lamentable realidad.