[dropcap]C[/dropcap]ada día aparecen nuevos teóricos del emprendedurismo tratando de convencernos de que tienen la fórmula mágica para ser exitoso en los negocios, multiplicar el dinero de forma rápida sin jugar a la lotería y lograr una vida plena con más ocio que trabajo.
Conozco algunos que, incluso, llegan a la desfachatez de sugerirnos que abandonemos el trabajo para que, mediante alguna que otra pirámide comercial o financiera, podamos alcanzar nuestros sueños, los cuáles, según sus cálculos, están basados casi siempre en la búsqueda constante del placer que da el dinero, nunca en el espíritu.
Y en algunos casos llegan a tener razón, pues más de un incauto cae en las garras de esos vendedores de quimeras, sin entender que lo único real y verdadero es el resultado del trabajo, de la persistencia y de una adecuada gestión de los negocios emprendidos.
Lo peor es que estos teóricos del éxito, que también se hacen llamar emprendedores, probablemente nunca han asumido ningún riesgo financiero, pocas veces han estado cerca de un proceso productivo, y rara vez los puedes encontrar vinculados a una inversión real.
La validez de su discurso está en haber leído dos o tres libros sueltos sobre cómo ganar dinero, aprender algunas frases célebres de Schumpeter o Drucker, y que de repetirlas tantas veces puedan hasta creer que son el resultado de su ejercicio intelectual.
Esos apócrifos hacendosos, lamentablemente, han encontrado un frondoso nicho de mercado en una parte importante de la sociedad que, por estar colocada en el lado desfavorable de la distribución del ingreso, busca desesperadamente una vía para modificar su status quo, y es por ello que más de uno ha pasado de tener poco a no tener nada.
Recuerdo una famosa financiera que se instaló en el país a principios de la década del 90, pagaba intereses al ahorro a un 36%, lo cual era descabellado pero atractivo para personas que no entendían que no se puede captar recursos a un precio más alto del que pueden prestarse.
Un amigo cercano, “aprovechando la oferta”, vendió una casa de su propiedad, comprada con los ahorros de toda una vida y depositó todo el dinero de la venta en esa entidad. Todavía hoy están buscando a los dueños de ese lucrativo negocio, en tanto a mi amigo lo vieron por última vez rumbo a un puente, cabizbajo y con una soga al cuello.
La modalidad final de operación que han encontrado estos falsos emprendedores es vestirse de políticos, pero ahí están bien porque allí cabe de todo, como en botica.