Hace unos días un pequeño empresario me abordó para contarme la tragedia por la que estaba pasando a partir de su formalización y su conversión en proveedor del Estado. Me cuenta que todo empezó cuando alguien lo entusiasmó para que participara en una licitación pública para al gobierno artículos que su empresa producía. La licitación fue un éxito, pues él ganó el concurso e inmediatamente puso “manos a la obra”.
Previo a eso, debió constituir la compañía pues, hasta ese momento, sus negocios eran informales, al tiempo que tuvo que conseguir un Registro de Proveedor del Estado (RPE), inscribirse como empresa en Impuestos Internos, declarar a sus empleados en el Ministerio de Trabajo y en la TSS, y empezar a pagar el Infotep y el anticipo correspondiente.
Nada de eso preocupaba pues ganar la licitación había sido para él como sacarse la Loto. Un préstamo para comprar materia prima constituyó la primera medida que tomó, pues la cantidad de productos que tenía que entregar, y las especificaciones de los mismos, obligaba a mejorar la calidad y el tiempo de despacho. Máquinas y equipos a todo dar, empleados con pocas horas de descanso y un inventario como nunca lo había tenido, hicieron que los costos promedio aumentaran. Me cuenta que esto tampoco le importó pues tenía asegurado unos ingresos por ventas al Estado, que de seguro compensarían todo lo invertido.
Mercancía producida y despachada fue el último aliento positivo de este pequeño empresario, quien, a partir de ahí, empezó un viacrucis para cobrar la deuda.
Pasaron casi cuatro meses y el hombre no había cobrado ni un centavo de lo que se le adeudaba, con el agravante de que, para que le pagaran, tenía que presentar una Certificación de impuestos al día, lo que implicaba reportar –y pagar- un ITBIS que no había cobrado, y pagar también un anticipo que anunciaba ganancias que no estaban seguras.
Mientras el pequeño empresario continuaba narrando su tragedias, lagrimitas incluidas, recordé que en septiembre de 2012, el Presidente lanzó un Plan de Apoyo a las Pymes, el cual tenía como objetivo fomentar su desarrollo, mediante un conjunto de instrumentos y medidas que revolucionarían el entorno en que estas Mipymes venían desenvolviéndose.
En ese momento, el pequeño empresario y yo, mirándonos a los ojos nos preguntamos: y ¿dónde ha quedado ese plan?