[dropcap]E[/dropcap]l tamaño del producto interno bruto (PIB) dominicano se ha casi triplicado durante los últimos 15 años. De US$24,107 millones, en 2000, pasó a US$64,053.4 millones al finalizar 2014. Con el 6.7% de crecimiento estimado podría cerrar 2015 en US$68,345 millones. Toda una proeza y digno de admiración.
Durante todos estos años se ha pregonado con orgullo, y podría decirse que a los cuatro vientos, la fortaleza y constancia de la economía dominicana. Junto con este desempeño satisfactorio han llegado muchos otros retos. La política económica ejecutada durante este período, partiendo de los resultados, ha fallado en un punto fundamental: la inclusión social.
Como dijo Franklin Báez Brugal ante los miembros de la Asociación de Industrias, donde participó el presidente Danilo Medina, es una gran paradoja que el éxito en la capacidad de producir amenace con convertirse en un peligro, porque tiende a concentrar aún más los ingresos y a promover una distribución que condena a una parte de la población a vivir en la pobreza.
La responsabilidad no es ni siquiera de la actual administración, ni de la pasada, ni de la anterior. El origen habría que buscarlo en el sistema de cosas que impera en la sociedad, que muchas veces se ha impuesto sobre el verdadero deseo de nuestros gobernantes de tener éxito en la implementación de políticas de desarrollo con equidad social. Aquí han jugado un papel fundamental la debilidad institucional, los efectos de la corrupción y la carencia de una planificación a largo plazo.
Ha quedado demostrado que el actual modelo económico no ha mejorado la distribución del ingreso, ni propiciado la movilidad social. La industria, como uno de los sectores que generan bienestar y empleos de calidad, se ha quejado de la pérdida de espacio en el producto. De 519,000 empleos que generaba la industria manufacturera hace 15 años, pasó a sólo 411,000 en 2014, según el empresario Báez Brugal.
Habría que preguntarse cómo es que tanta gente, por no decir todo el que tiene poder de decisión, está consciente de la necesidad de generar empleos formales, de calidad, decentes y bien remunerados, pero no se sabe por qué no se materializa. Si hay coincidencias, ponerse de acuerdo debería ser una tarea fácil.
La industria ha perdido participación sustancial en el PIB y en el empleo; los servicios que se han favorecido son de baja calidad ofertados por personas de escasa formación, a los cuales se les paga muy poco. Hace dos décadas el sector industrial generaba el 23.4% del valor agregado nacional, bajando su participación a 14.4% en 2014, lo que significa nueve puntos porcentuales menos, incluyendo en esto a las zonas francas.
Según el Banco Central, en los últimos doce meses se generaron 155,189 nuevos empleos netos, que sumados a los 235,600 creados entre octubre 2012-octubre 2014, totalizan 390,789 nuevos puestos entre octubre 2012 y octubre 2015.
Los datos, a propósito del 68 aniversario de la entidad, establecen que aproximadamente el 85% de estos empleos se crearon en el sector formal. Sin embargo, hay sectores que cuestionan no sólo la cantidad, sino la calidad de estos empleos, lo que debe llamar a preocupación de todos los sectores, incluidos el privado.