[dropcap]C[/dropcap]uando se hurga en la historia de las relaciones económicas, políticas y diplomáticas entre República Dominicana y Haití, se puede llegar a la conclusión de que los mayores costos de estas relaciones siempre han estado de este lado.
Eso se explica a partir de la relación inversamente proporcional que existe entre un país que se empobrece de manera acelerada y uno que hace esfuerzos por superar sus condiciones de desarrollo.
La mayoría de los costos asumidos en las relaciones con Haití han estado basados en la solidaridad, es decir, en esa idiosincrasia del dominicano que lo conduce a apoyar causas ajenas como la ocurrida durante el terremoto del 2010.
Nunca sabremos cuánto dinero aportaron los dominicanos para ir en auxilio de un pueblo pobre, irresponsablemente saqueado por sus gobernantes, inexplicablemente olvidado por Francia y Estados Unidos, y tristemente desvencijado en su medio ambiente por sus pobladores.
Costos adicionales tenemos que pagar para atender a miles de haitianas que solo cruzan la frontera para dar a luz en nuestros hospitales; eso en adición a los cientos de miles de haitianos que diariamente acuden a consultas y emergencias. Súmenle a eso la cantidad de niños y jóvenes haitianos que acoge anualmente el sistema escolar dominicano, así como los que estudian en la UASD y que reciben tarifas subsidiadas.
Nuestros comedores económicos constituyen, por demás, una fuente de alimentación diaria de miles de haitianos, a los cuales no se les pregunta nacionalidad cuando compran esa comida que subsidia el gobierno dominicano. Pero no se detengan ahí, agréguenle a eso lo que nos cuesta en subsidio la cantidad de haitianos que diariamente se montan en el Metro de Santo Domingo, a los cuales solo se les exige su boleto para entrar.
Los haitianos utilizan nuestras aguas, luz, carreteras, peajes y playas, en la mayoría de los casos sin costo alguno o subsidiado, todo por solidaridad.
Mientras tanto, las autoridades haitianas arremeten contra RD desconociendo e ignorando esa actitud solidaria del dominicano cuyos costos son incalculables. Por suerte, el presidente Danilo Medina está tratando de hacer lo que nunca se había hecho en materia de política migratoria.
Entendió que no podíamos continuar como chivos sin ley y que los ilegales, de cualquier nacionalidad, o se legalizan o se van, no importa lo que diga la OEA.
Continúe Señor Presidente con la regularización de extranjeros pues le aseguro que, a pesar de la propaganda internacional, la isla no se hundirá.