[dropcap]A[/dropcap]dam Smith utilizó el concepto de “mano invisible” para explicar que, bajo determinadas condiciones de la economía, los mercados se autorregulaban, por lo cual no existía la necesidad de que el Gobierno interviniera. Según este autor, la búsqueda del beneficio individual provocaría una acción colectiva en donde todos serían beneficiados, por lo que la intervención del Estado era nociva.
Esto implica que los “individuos involucrados deben ser racionales y estar bien informados, y actuar en mercados competitivos” (Stiglitz, 2010) que funcionan.
En la economía moderna, sin embargo, la mano invisible de Smith se ve seriamente amenazada pues, según Stiglitz, los mercados están plagados de problemas de asimetrías de información, y existen incentivos para que agentes económicos exploten y aumenten esas asimetrías.
En ese contexto, los mercados no producen los efectos socialmente deseados, evidenciándose comportamientos monopólicos cuyas principales víctimas son los consumidores.
Desde esa óptica, la intervención estatal puede ser adecuada para corregir las distorsiones. Tal es el caso de los mercados financieros, de telecomunicaciones, seguro y eléctrico, así como otros que involucran bienes públicos como salud y educación.
En economías como la nuestra, sería impensable dejar que la mano invisible (fuerzas del mercado), por sí sola, determine los precios y las cantidades a transarse, por lo que la intervención del Gobierno es casi indispensable. Aun con la existencia de marcos regulatorios, los mercados de bienes y servicios en el país son ineficientes.
Bastaría con echar una mirada. Por ejemplo, el mercado de las telecomunicaciones cuenta con una ley y una entidad que intenta, con poco éxito, regular un mercado oligopólico en donde existen solo tres empresas sin las cuales no sobrevive la entidad reguladora. El mercado de seguros es otro en donde la obligatoriedad de asegurarse, en determinadas actividades, lo convierte en un mercado imperfecto. Sólo gana la empresa.
El mercado de la salud, a pesar de ser un bien público, se ha convertido en el más injusto de los segmentos, en donde los precios no obedecen a la competitividad. El mercado eléctrico, de su lado, es un ejemplo de la negación de lo que debería ser un mercado competitivo.
El mercado financiero es lo que más se parece a un mercado competitivo pero, con todo y regulación, aún los bancos siguen quebrando y afectando a los consumidores.