Recorrer los ríos Ozama e Isabela, especialmente cuando entran en contacto con la ciudad capital, es convertirse en testigo de una historia que acumula y muestra una gran deuda social. Al ver las casuchas apiñadas con setos de hojalatas oxidadas, los montones de basura que en muchos casos son el único lugar para que los niños jueguen, o todos los desechos que flotan en sus aguas, surgen muchas interrogantes: ¿Qué ha fallado? ¿Quiénes han sido los responsables de haber permitido esta degradación? ¿Dónde está la conciencia de quienes viven ahí y de quienes tienen la responsabilidad de evitar que esos ciudadanos lleguen a esos lugares?
Y hay más: ¿Cuándo comenzó el caos? ¿Por qué no se ha hecho más para sacar a esa gente de la podredumbre? ¿Por qué la capital no convierte esas zonas en lugares turísticos, atractivos para la inversión, que motiven el esparcimiento para las familias al lado de un río que bien pudiera ser motivo de orgullo para los dominicanos? ¿Dónde han estado los gobiernos? ¿Qué impidió la creación de conciencia de la ciudadanía y los empresarios para evitar que estos ríos llegaran al nivel de degradación que exhiben hoy? ¿Cómo recuperar estas riberas que deberían ser las zonas más lujosas y costosas del país por su potencial económico?
Aún hay más: ¿Qué le pasó a liderazgo político que no previó este caos? ¿Por qué no se hizo nada desde un principio? ¿Pudo más el clientelismo político que los intereses de la mayoría? ¿Cuánto tiempo estuvo perdida la conciencia medioambiental en República Dominicana? ¿Hay tiempo para aprovechar turísticamente estos ríos? ¿Por qué no instalar rutas acuáticas para el transporte masivo de pasajeros, logrando acortar distancias, darle movimiento económico al río, descongestionar las calles y generar empleos? ¿Estaría dispuesto el Estado a financiar nuevas formas de transporte sobre estás aguas? ¿Qué pasará las renovadas promesas de saneamiento anunciadas por el presidente Luis Abinader? ¿Pasará igual que las anteriores?
Son preguntas que parecen lamentaciones, pero realmente buscan hurgar las entrañas de una sociedad que le ha dado la espalda a los ríos Ozama e Isabela con las excepciones dignas de mencionar de un pequeño grupo de empresarios que ha querido hacer algo para recuperar estos ríos. Lo que no se puede es perder más tiempo en discursos y promesas; ahora toca hacerse cargo con hechos, con acciones continuas hasta lograr que quede en el pasado esta historia de pobreza extrema ahogada en las aguas del Ozama e Isabela.
La Primada de América no merece este espectáculo de mal gusto. Los turistas que vienen a Santo Domingo deben ver un río limpio, que bordee la ciudad intramuros y que en sus alrededores haya todo tipo de atracciones y negocios. No está demás soñar con hoteles, restaurantes, parques, centros de convenciones, marinas y accesos para tomar botes llenos de turistas ansiosos de conocer la más vieja ciudad del Nuevo Mundo. Lo que hay hoy es una antítesis de lo que deben ser los ríos Ozama e Isabela. Recuperemos el tiempo perdido. Sabemos que se puede.