[dropcap]A[/dropcap] los estudiosos de la economía se nos ha enseñado que las personas demandan dinero por tres razones esenciales: para invertir, en el caso de las empresas; para transacciones comerciales, los consumidores, y para tener una reserva líquida como precaución, en cuanto a las familias.
Se nos ha dicho, además, que independientemente del motivo por el cual se demande dinero, los intermediarios financieros cobran tasas de interés por los préstamos, cuyo nivel va a depender, entre otras cosas, del costo del dinero en el mercado, del riesgo de que el deudor no pueda pagar, y del tipo de garantía que se utilice.
En el caso de que se hable de un préstamo hipotecario, se espera que la tasa de interés sea más baja que la que regiría para un préstamo comercial, tendiendo ésta a ser estable a través del tiempo pues se supone que los bienes inmuebles adquieren valor en el corto y mediano plazo, es decir, no se deprecian, por lo que el intermediario financiero tiene asegurado su dinero.
Lo propio ocurre con los préstamos para vehículos en donde la garantía es el propio bien, además de que casi siempre se le cobra un seguro al deudor con lo cual no existen posibilidades de que la deuda no se cobre. Es por ello la baja tasa de interés que actualmente ofrecen los bancos para la compra de vehículos.
Durante los últimos años ha habido una relativa estabilidad en la tasa de interés activa, lo que ha motivado un mayor dinamismo en la demanda de crédito de consumo. La tasa de interés activa promedio durante la última década ha sido de 22.5%, tendiendo a la baja en los casos de los préstamos para viviendas y vehículos.
A pesar de esta estabilidad, intermediarios financieros realizan ajustes a las tasas de interés de los préstamos sin que los deudores se enteren, pues muchos préstamos se cobran de manera automática de los sueldos y/o de las cuentas que se tienen en los propios bancos en donde se ha tomado el crédito.
Recientemente me llegó una notificación de un banco en donde se me decía que “su tasa de interés ha sido modificada. Había pasado de un 12% a un 18%, sin que las condiciones del mercado variaran y sin haber tenido atrasos en los pagos mensuales. Esa diferencia de tasa implicaba un incremento de casi mil pesos en la cuota mensual, es decir, 12,000 pesos al año.
Obviamente, mi decisión inmediata fue acudir ante mi ejecutiva de cuenta y exigir una explicación sobre el caso, teniendo como respuesta un reajuste de la tasa de interés y la argumentación de que era normal este tipo de acción por parte de los bancos.