La sociedad dominicana de principios del Siglo XX era una sociedad dividida, de un lado, al norte una población acostumbrada a vivir del comercio agrícola y en el resto una que vivía de la caña y el ganado. Estas poblaciones tenían visiones distintas del país, aunque siempre lo veían como una unidad política. Las constantes guerras entre estos intereses llevaron a Lilís al gobierno. Los desaciertos y entreguismos de la “estabilidad” de aquel régimen, desembocó en una invasión norteamericana y en una de las dictaduras más férreas conocidas.
El fin de aquella dictadura y cambios en la realidad geopolítica del Caribe nos han llevado a recorrer un camino como nación donde no ha habido un norte común y cierto. Cada gobierno ha traído su visión y ninguno se ha preocupado por hacerla común o por tratar de ganar el consenso de todos en su construcción. Más bien han sido creaciones de algunos grupos nacionales, más o menos iluminados, que pueden ser entendidas a partir de las acciones de aquellos grupos, pero que no han sido compartidas y acordadas con las grandes masas de la nación.
Es importante anotar también que nuestra población incrementó 60 veces su tamaño de 1850 a 1990 pasando de menos de ciento quince mil habitantes en 1850 a más de siete de millones en el 1990. Dejó de ser rural y hatera, para ser urbana y vivir del servicio. Dejó de estar totalmente aislada a estar totalmente conectada, con el mundo exterior, gracias a la gran cantidad de dominicanos que hemos emigrado.
Sin embargo, todos estos cambios no han resultado aún en una renovación y articulación del paradigma de nación que buscamos. El único esfuerzo en este sentido en que puedo pensar es el “encuentro de las fuerzas vivas de la nación” que auspiciara el gobierno de Leonel Fernández. Pero éste estuvo tan políticamente manipulado y dirigido que los resultados que de él surgieron no pueden ser considerados válidos. Más bien se usó para construir una narración nacional que convirtiera al PLD en una Partido Estado. Sueño que murió este 5 de julio.
Personalmente, pienso que la hora es propicia para que la sociedad, usando los mecanismos adecuados y con el liderazgo de la actual administración, catalice un ejercicio, de riguroso apego científico, con el claro objetivo de crear un paradigma en el que los dominicanos quepamos todos. Un paradigma que provea claridad y unidad de hacia dónde debemos empujar.
Un paradigma que convoque no sólo a las elites educadas y urbanas, si no a toda la población y particularmente a las muchas minorías que han sido tradicionalmente ignoradas. Un paradigma que no venga desde las ideologías tradicionales, si no que busque escuchar, entender y sobretodo lograr acuerdos acerca de cómo queremos ser los dominicanos gobernados. Un paradigma que no se construya con expertos “internacionales” ni a cuenta de otras naciones, si no que sea nuestra y para nuestro consumo.
Si el gobierno de Luis Abinader es capaz de articular y entregar, no sólo una estrategia nacional de desarrollo, si no esta profunda reflexión que nos permite saber si aquel mapa es el correcto para la ruta que queremos transitar, hará un legado que nunca nadie le podrá quitar y se garantizará un espacio de privilegio en la consciencia nacional