[dropcap]N[/dropcap]adie duda de la importancia que tiene la industria para el desarrollo de un país pobre, aunque medido de renta media, como lo es la República Dominicana.
De hecho, comúnmente los modelos de desarrollo productivo que se aplican para estos países contienen políticas públicas industriales, ya que se entiende que la industria es el sector que agrega valor a la economía, además de que tiene el potencial de generar procesos de exportación dinámicos y continuos.
Sin embargo, la realidad de la manufactura local de los últimos años lleva a nuevas preguntas cuyas respuestas aun no quedan muy claras.
En efecto, un estudio de Abdullaev y Estevo (2013) revela que la tasa de crecimiento de la industria manufacturera ha estado en descenso desde el año 1996. Por ejemplo, en los últimos tres quinquenios la tasa de expansión anual de la industria manufacturera ha sido de 7.9% en el periodo 1996-2000, de 2.5% en el periodo 2001-2005 y de 3.4% en el 2006-2011, una tendencia clara hacia la baja que se ratifica con los datos del período 2012-2014 cuando la tasa promedio de expansión de la manufactura local fue de 3.1% anual.
De igual manera, cuando se estudia el valor agregado bruto de la industria, se puede observar que este fue de 30.3 en el período 1996-2000, de 28.8 en el 2001-2005 y de 25.3 (2006-2011), evidenciando también una tendencia decreciente, aunque con una ligera mejoría durante el período 2012-2014, cuando el valor agregado fue de 25.8.
En términos del empleo generado, según la última Encuesta de Opinión Empresarial al Sector Manufacturero realizada por el Banco Central de la República Dominicana para el trimestre octubre-diciembre del 2014, el 32.2% de las empresas mostraron un aumento en el personal ocupado durante el período señalado, en tanto que el 53.4% de las mismas conservaron la cantidad de trabajadores que en la encuesta pasada, mientras que el 14.4% de las empresas redujo su nivel de empleados. Esta podría considerarse una buena noticia para el sector manufacturero, sino fuera porque en los últimos diez años dicho sector ha venido perdiendo empleos, estimándose esta pérdida en aproximadamente 200,000 puestos de trabajo.
Un análisis adicional de la situación de la industria manufacturera es el referente a las exportaciones de bienes (US$9,919 millones en 2014) que realiza versus las importaciones.
El tema aquí es que si eliminamos las exportaciones de zonas francas (US$5,242 millones en 2014) y las que realizan las empresas mineras, se podría afirmar que la tendencia es hacia una disminución de los ingresos por este concepto, lo que, unido al incremento de las importaciones totales (US$13,878 millones en 2014), arrojaría una brecha de casi 4,000 millones de dólares.
Más allá de las estadísticas, sabemos de una gran cantidad de empresas manufactureras que han pasado de ser transformadoras de materias primas a importadoras, mientras otras tantas han abandonado la actividad empresarial.
Más allá de las estadísticas, es obvio que la industria manufacturera local no avanza como se quisiera y como los propios industriales desean; esto a pesar de la Estrategia Nacional de Desarrollo, de los esfuerzos de instituciones como Proindustria y el Consejo Nacional de Competitividad, y de la buena voluntad de las autoridades gubernamentales.
Yo no sé cómo lo ven los lectores, pero a mí me parece que el sector manufacturero se encuentra en un laberinto.