[dropcap]L[/dropcap]ejos de ser una amenaza para la seguridad nacional y pensar que los haitianos que llegan a República Dominicana son parte de un plan pacífico de invasión, Haití, ese vecino con el que compartimos la isla de Santo Domingo, es una extraordinaria oportunidad para los dominicanos.
Del otro lado de la frontera imaginaria, políticamente definida en 1929, hay un océano con muchas riquezas que bien pudieran aprovecharse en su máxima capacidad.
Haití no es una amenaza militar, cultural, económica, social, política ni de ninguna otra índole. Todo indica que jamás será un país que ponga en riesgo nuestra seguridad. Quienes deben revisarse son las autoridades de Migración, de Salud Pública, de Agricultura y todos los organismos responsables de velar por la integridad de nuestro territorio y nuestra gente en todos los aspectos.
Si los haitianos pasan a territorio dominicano es porque como país no hemos sabido definir una política migratoria fuerte, eficaz y que genere respeto de la comunidad internacional. Si los haitianos llegan a nuestro país lo hacen por necesidad económica y porque los procesos migratorios nacieron con el hombre. Hay que buscar el modo de sustento y hacerlo, muchas veces, implica salir del país, como lo hacen miles de dominicanos.
Es responsabilidad nuestra implementar controles y leyes migratorias que sean efectivas. Si entran de manera indocumentada es porque nosotros lo permitimos. Ojalá este proceso de regularización que está en ruta a finalizar no se convierta en una excusa para que paguen mansos y cimarrones.
Lo que sí debemos aprender es que Haití es un mercado cercano. Nuestros productos y bienes industrializados deberían invadir ese mercado. No podemos vivir de espaldas a un país que tiene más de diez millones de consumidores.
Haití es una gran oportunidad.