[dropcap]D[/dropcap]ebo confesar que cuando se aprobó el proyecto de establecimiento del Sistema de Emergencias 9-1-1 en algunas provincias del país, me convertí en uno de sus críticos más fuertes y enconados.
Mi posición era simple y con alto grado de justificación. Conociendo la forma en que se han creado y crecido los barrios de la ciudad capital, con total desorganización en cuanto a sus direcciones y numeración de casas, edificios de apartamentos y solares baldíos, parecía que la inversión que se haría en dicho sistema sería una aventura y un sueño más de los que a diario se hacen los congresistas del país.
A esto se sumaba la falta de educación ciudadana que existe, lo que a mi juicio imposibilitaría que este proyecto, quizás formulado con muy buenas intenciones, terminara como otros en el zafacón de la historia y solo aportando algo más al déficit fiscal.
Otro de mis argumentos se basaba en lo acostumbrado que nos tienen los gestores públicos de iniciar proyectos cuyos objetivos están casi siempre alejados de las necesidades de la población, y parecen más dirigidos a resolver “problemas particulares”.
Las precarias condiciones bajo las cuales operaban las entidades que integrarían el Sistema de Emergencias 9-1-1 era otra de mis argumentaciones, además del costo que se quería imponer a la ciudadanía para financiar este proyecto.
Si la Policía Nacional no tiene equipamiento, ni medios de transporte y comunicación, cómo iba a ser posible que se integrara adecuadamente al 9-1-1.
Si los hospitales no tienen ambulancias, escasean las camas y los medicamentos, parecía un acto de magia el que harían las autoridades para que esto funcionara bajo el nuevo esquema. Con el crecimiento de la criminalidad, la delincuencia común y la violencia que a diario se ejerce en cualquier punto de las zonas urbanas, se me hacía cuesta arriba creer que un sistema como este pudiera funcionar en otro sitio que no fuera en películas hollywoodenses o en Nueva York.
Y así fuimos analizando cada uno de los elementos que, a nuestro juicio, imposibilitaban que algo como esto fuera parte del modus vivendi del dominicano.
Pero, “ver para creer”. Fui testigo de una actuación de este Sistema de Emergencias comprobando que sí funciona, que su personal está preparado y que tiene los medios y la disposición, además de que en la mayoría de los casos son jóvenes. Pero lo más importante es que esto se está haciendo con personal dominicano, lo que quiere decir que estamos aprendiendo a hacer las cosas y la ciudadanía lo está percibiendo y respetando. Por la rápida intervención del 9-1-1 tuvimos menos muertos en esta semana santa que recién finalizó. Así que, si es para invertir en esto, cóbreme más impuestos Señor Presidente.