[dropcap]“[/dropcap]Desde que nací hasta el día de su muerte viví siempre con ella; al lado de ella siempre…” José Manuel Piña, de 30 años de edad, conoce las medidas justas que utilizaba su abuela, doña Benza, para combinar en sus grandes calderos las porciones adecuadas de coco, leche y azúcar que la llevaron a elaborar un dulce exquisito que le sirvió para extender su fama más allá de las frías montañas de Constanza.
Nacida en 1937, María Mercedes Gutiérrez (doña Benza), empezó a guayar cocos con fines comerciales en los primeros años de la década de 1960. Para entonces, se propuso el objetivo de vender “panelas” a los trabajadores de los aserraderos que operaban en las montañas cercanas a su casa.
Su esposo Arismendy, un militar oriundo de Bohechío, cayó abatido en los primeros enfrentamientos que escenificaron las tropas trujillistas con el grupo de expedicionarios que desembarcaron en 1959 por Constanza, Maimón y Estero Hondo.
“Peleó ahí, en La Guamita, y lo mataron. Ese día murió la tropa entera, 12 militares”, contaba la legendaria dulcera a este redactor en abril de 2014, dos junio antes de que también a ella la muerte la sorprendiera.
“Murió peleando por la Patria”, decía de su esposo, sin una visión política crítica de los acontecimientos de 1959. “Yo no he pasado hambre, pero trabajo sí he pasado”, recordaba. Cuando su pareja cayó ella pasó a ser una viuda joven empeñada en salir adelante.
Según su relato, las montañas de Constanza eran pinales verdes y tupidos que empezaron a ser menos densos desde 1954, cuando el ingeniero José Delio Guzmán dejó por concluido el tramo carretero que comunica hasta El Río y que obviaba el paso por el paraje Los Sánchez.
Criada en el seno de una familia numerosa de ocho hermanos, tras la caída del esposo y teniendo a un hijo que alimentar, empezó a recibir una pensión de 14 pesos al mes. Pero el Estado dejó de pagarle después de dos años. Esto la llevó a enfocarse en la elaboración de dulce para la venta. Había aprendido el oficio de su madre.
“Por ahí, por el año 64, cuando había aserraderos, yo empecé a mandar ese dulce (a vender) a cinco (centavos), ahí donde le dicen Madre Vieja, era una montaña virgen, después de Mañanguises. Ahí estaba el aserradero de Blas Abreu y el de Crucito Piña; esos aserraderos se abrieron en 1963”, contaba. También enviaba a vender dulce a los militares de la fortaleza de Constanza.
Además de la muerte de su esposo, recordaba otros tiempos difíciles. En 1982 perdió la casa en un incendio y tuvo que volver a reconstruir su mundo casi desde cero. En 2001 recuperó la visión con una cirugía. Entendía que la había perdido producto del calor a que se sometía mientras elaborada dulce, arepa o maíz con leche.
Para ella, que era devota de El Divino Niño, recuperar la visión se convirtió en un acto de fe. Se sentía orgullosa cuando los sacerdotes católicos y hasta el mismo obispo de La Vega se detenían a comprar panelas en su negocio. También recibía algunos políticos conocidos atraídos por el aroma de sus calderos.
Retos
Cuando doña Benza murió, en junio del recién pasado 2016, las redes sociales se apresuraron a anunciar su partida con amargura. Tenía 79 años de edad.
“Había personas que pensaban que el dulce no se iba a seguir haciendo porque ella murió, pero gracias a Dios la venta no ha bajado, seguimos haciendo la misma cantidad (tres calderos al día con capacidad para unas 100 panelas)”, explica el nieto, de quien la abuela se enorgullecía al decir: “Ése nació y se crió aquí, (soy) abuela y (madre) de crianza; desde que nació fui yo a buscarlo al hospital, por ahí, por febrero fue que él nació. ¿Verdad José Manuel?”.
El joven, hijo de José Tomás Piña y Sonia Sánchez Díaz, enfatiza: “ella murió el 5 de junio y vendemos la misma cantidad de dulce; usamos 600 cocos a la semana y gracias a Dios las ventas no han bajado”.
“Desde que salí del liceo, en 2005, empecé a trabajar a tiempo completo con ella en la dulcería”. Antes, inició la carrera de Administración de Empresas en la Universidad Abierta para Adultos de Santiago. Pero la abandonó y se concentró en ayudar a su abuela en hacer y vender dulce.
Ahora, casado y con dos niños de uno y siete años, tiene el reto de mantener e impulsar el negocio; crear un etiquetado más formal (las panelas son envueltas en papel encerado) y aumentar su capacidad de comercialización en el mercado.
Una panela famosa
“Los hago de naranja, ´jalao´, lechosa, pero el que (más) se vende es el de coco con leche”, aseguraba doña Benza, quien hasta el final de sus días se mantuvo en pie al frente de su dulcería, aunque con el apoyo de su nieto José Manuel.
“Sí, si es de leche sí, se corta el dulce, si la gente pelea”, decía. Cuando se le preguntaba por el secreto de su receta apuntaba, sin vacilar, que todo lo que se hace con amor “tiene que quedar bien”.
Su fama llevó a que su dulcería fuera incluida entre los atractivos de la zona de Constanza, como parte de un proyecto de cooperación de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) implementado por el Consorcio Dominicano de Competitividad Turística (CDCT).
El negocio recibió así un pequeño apoyo financiero para remodelar el local, ubicado en la carretera que une a Constanza con la autopista Duarte. “Esta es la entrada de Palero. ¿No verdad, José Manuel?”, decía la abuela, con un gesto de complicidad con el nieto al que heredó su oficio.