[dropcap]L[/dropcap]os impuestos son la principal fuente de ingresos de los Estados. Sin ellos sería imposible ofrecer los servicios públicos, tales como garantizar seguridad ciudadana, carreteras, salud, educación y todas las obras de infraestructura necesarias para que la sociedad funcione.
Lo malo es tener que pagar. Los impuestos directos, aquellos que son extraídos, por ejemplo, de los ingresos, duelen aún más. ¿Por qué? Cualquiera pensaría que lo doloroso es que “te lo quiten”. No, eso no. Lo triste es saber que esos recursos no son invertidos con calidad.
Sin embargo, la población vive pidiéndole a quienes están al frente del Estado una serie de acciones que, por cualquier lado que se mire, requieren de recursos. El reto es lograr un Estado más eficiente, con menos burocracia y con transparencia suficiente para generar la confianza suficiente en los contribuyentes.
Cuando las cosas funcionan correctamente, especialmente en la relación Gobierno-población, los contribuyentes no ven los impuestos como una obligación, más bien lo ven como un deber porque saben que recibirán a cambio servicios de calidad.
Los ciudadanos, mientras tanto, deben seguir pagando sus impuestos, honrar su obligación o compromiso con el Estado para que su derecho a reclamar transparencia también venga con la razón.