Una de las maravillas de vivir o visitar ‘una isla bajo el sol’ como República Dominicana, es la facilidad y factibilidad de conectarse con el medio ambiente y su fauna.
El balance perfecto entre lo silvestre y lo seguro es propicio para el turismo, pues al no existir animales venenosos ni que amenacen la vida de los seres humanos, es posible escaparse del ajetreo de la vida rápida de ciudad sin sufrir la furia de la Madre Naturaleza.
“Ecoturismo” es el término que se utiliza para referirse a aquel que se desenvuelve en torno a lo que el ecosistema tiene para ofrecerle a las personas.
Uno de los encantos que el país tiene como oferta turística es la emigración de las ballenas jorobadas desde Groenlandia y Estados Unidos con rumbo al Caribe, siendo La Hispaniola la isla más frecuentada por ellas por sus cálidas aguas que las acoge para favorecer un apareamiento más relajado.
Además de que son parte de los animales que aplican la filopatría. Esto es, según explica la bióloga y técnica del Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales, Matilde Mota, la práctica de reproducirse en el mismo lugar de nacimiento.
La gestación dura de 11 a 12 meses, por lo que vuelven anualmente al sur. Añade que la velocidad a la que viajan es de 6 km/h, aunque con la cría tienden a ir más despacio.
Todos los años, según Mota, las ballenas jorobadas llegan a la bahía de Samaná a partir de noviembre, algunas a tener sus crías (llamadas ballenatos), y otras para reproducirse. Sin embargo, puntualiza que la mejor época para verlas es en febrero porque es cuando son más visibles. Hacen su partida alrededor del tiempo de cuaresma.
Explica que en el proceso de apareamiento, pueden haber hasta 20 machos tras una hembra, y una vez uno de los tantos resulta favorecido, el modo de apareamiento se lleva a cabo realizando ambos un salto en el aire.
El Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales protege a estas criaturas por medio de regulaciones estrictas. No se permite que las personas naden con ellas, pues, aunque no son animales agresivos, un aletazo o un salto puede resultar mortal para una persona. De igual manera, se busca que se sientan lo más amparadas posible y esto podría resultar en un acoso, como lo puntualiza la experta.
La organización tampoco permite que vuelen avionetas ni helicópteros alrededor de la zona hasta que pase su temporada, pues el ruido puede perturbarlas y causarles ansiedad.
En cuanto a los servicios de excursiones, también tienen sus limitaciones. No pueden salir más de tres ferrys por grupo de ballenas, y la distancia debe ser de 50 metros mínimo para las ballenas solitarias, y 80 metros si se trata de una madre y su ballenato. Las embarcaciones no pueden durar más de 30 minutos por expedición.
Daneris Santana, viceministro de la institución, afirma que hasta ahora se reportan 17,000 turistas que han disfrutado este espectáculo de la naturaleza. “Se estimaban que para el final de la temporada tendríamos 50,000 turistas, pero viendo este número es probable que lo sobrepasemos”, afirma.
En cuanto a la generación de empleos, dice que la actividad recreativa involucra a al menos 100 empleados directos, 50 de ellos siendo de parte del Ministerio, y que son las microempresas y empresas medianas las que se benefician de esta recreación. Los empleos indirectos son de las personas que venden el tour.
Explica que el órgano es regulador del ecoturismo de las ballenas jorobadas, junto a la Marina de Guerra, el Ministerio de Turismo, la Asociación de Dueños de Barcos, Fundemar, Atemar, entre otros.
Los precios de los paquetes de las excursiones variarán según la compañía. Según el restaurante Cayenas del Mar, un paseo en el ferry para ver las ballenas y el almuerzo cuesta alrededor de RD$1,700.
Trabajo informal
No son solo las empresas las que les sacan provecho a estos grandes marinos, sino también los trabajadores informales. Cerca del puerto, a la sombra de las palmas, los artistas locales colocan su arte para atraer a los turistas a llevarse consigo un fragmento de esta experiencia que les pueda servir de recuerdo.
Sus pinturas, que son hechas sobre yaguacil de coco o en lienzo, cuestan entre US$20 y US$200 e ilustran tanto a estos animales como a elementos típicos de la Bahía de Samaná.